Dientecillos

El contenido de esta web está protegido (Copyright)

viernes, 15 de octubre de 2010

La urna custodiada

Le hizo sentirse incómodo, de la manera con la que le inspeccionaba con la mirada parecía que quisiera encontrar algo que se encontrara tras la piel del muchacho.

-Esto... ¿hay algún problema?-quiso saber.
-Pues, ahora que lo dices... no. Creo que estás completamente limpio.

Él pensó en la última vez que tomó un baño y de eso ya hacía una semana o dos, que alguien de la alta sociedad le dijera algo así lo animaba.

-¿Cuál es el motivo de tu visita, jovencito?
-Mi padre me dijo que os trajera esto-sacó un pergamino del saco que llevaba colgado al hombro-. También dijo algo de un dragón y...

La cara de la anciana se arrugó, pasando de ser una pasa a una pasa aplastada con la boca abierta.

-Muchacho, será mejor que no mientas. Es importante que esto llegue al castillo, yo no tengo nada que hacer con estos asuntos, pero gracias por avisar.
-Mi padre insistió en que se lo diera a usted. Dijo que nadie más podría ayudarme, más que usted.
-Estoy vieja para estos trotes-contestó bruscamente-, será mejor que le lleves el encargo a los guardias de allí arriba.
-Pero...
-Nada de peros, ¿no ves que soy una anciana? podría romperme la columna o algo peor

Estaba acorralado, ya no podía convencerla de ninguna manera, pero entonces recordó el motivo por el cual siempre se movía aquella mujer.
-Bien, no quería decírselo-comenzó a decir-, pero hemos encontrado algo que creemos que le pertenece.
-¿Sí...?-respondió alegremente- ¿de qué se trata? cuéntame, cuentáme de qué se trata.
La cara arrugada de la anciana pareció obtener un brillo misterioso a pesar de la luz tenue y escasa que había en la sala.
-Pues... es una urna que contiene un líquido espeso...
-¿No habreís tomado ese líquido por casualidad?
-La verdad es que ni siquiera pude tener la urna en mi posesión, mi padre fue quien iba a traérosla, pero el dragón se la arrebató de las manos y se lo tragó, o eso me pareció.

Balsira© is a project & an original idea created by: Stev Molain(me)

All rights reserved

miércoles, 13 de octubre de 2010

La desdicha de un rey ( y el infortunio de su mujer)

La negativa le aplastó la líbido como una guillotina le hubiera separado de sus partes masculinas, sesgando los testículos como si se tratara de una tela no muy cara. Llevaba días intentándolo, pero no obtenía más que excusas para no dejarle hacer lo que se había propuesto. Esta vez ella decía estar demasiado agotada por el viaje y ni siquiera le dio oportunidad de comenzar los preparativos. Él agachó la cabeza, dejó que se marchitaran sus ganas de procrear de nuevo y se introdujo en la cama, pensando en que no estaba hecho para ello. No llegaba a conseguirlo con la mujer que él amaba, a pesar de que las damas de otros reinos se le habían insinuado-incluso algunas habían allanado sus aposentos y le habían propuesto una noche de desenfreno-, él se atormentaba y no quería más que la aprobación de su señora. Todos creían que el rey era un gran galán y cada noche satisfacía a su mujer, pero la realidad era muy contraria a este pensamiento. En principio, el rey tenía suerte de haber cortejado alguna mujer antes de su matrimonio con la reina actual, pues de tres años de reinado juntos, sólo habían tenido dos hijos. Aunque no fueran las únicas veces que retozaron, la cantidad de veces que habían removido las sábanas no alcanzaba la veintena. Para colmo, en el pueblo corría un rumor.

Se decía que la mujer más poderosa de la ciudad envenenaba a su esposo en las comidas con un somnífero, luego-cuando era la hora de ir a dormir- se aseguraba de que estuviera bien amodorrado y se reunía con un hombre apuesto, con el que parecía mantener una relación que no parecía ir más lejos de dos revolcones cada noche. La gente comentaba que esta relación agitaba los cuadros de la torre Este, donde residían las reliquias que había conseguido la dinastía Muinry.

Para asegurarse de que esto no eran más que habladurías, el propio rey no cenó esa noche, hizo ver que se había quedado dormido y entonces, vio que la traición de su esposa no eran cuentos inventados por algún bardo malhechor. Cuando ésta salió de la habitación se incorporó y la se dirigió a la torre Este por un pasadizo que sólo él conocía, ya que era un pasadizo que debía emplearse en huídas en caso de invasión. Cuando llegó allí no vio ningún hombre, ni siquiera una silueta. Únicamente pudo ver una estatua de la diosa Lynoria con la poca iluminación que podía otorgarle una vela. Escuchó pasos tras él y se escondió. Para su seguridad, decidió apagar la vela. Entonces lo vio todo con claridad. Su mujer no le estaba engañando, sino que cada noche le rezaba a la diosa. Ella pedía el poder ser más pasional, poder satisfacer a su marido y gozar siempre que quisiera de los placeres carnales, pero la diosa no parecía escucharla, la verdad es que más bien la había castigado debido a su belleza. La diosa creía que podría obtener más placer del que ella nunca hubiera creído posible, así que le prohibió el derecho de sentir el placer sexual muy a menudo.


Balsira© is a project & an original idea created by: Stev Molain(me)

All rights reserved

martes, 5 de octubre de 2010

El poblado

Era un día como otro cualquiera. Los pájaros volaban por un cielo apenas sin nubes. La gente salía a las calles a pasear. Los árboles lloraban hojas secas y la vida continuaba. Mientras tanto, una esfera rojiza y resplandeciente se escondía tras las montañas-a lo lejos-, y enrojecía el firmamento, haciendo de éste una obra de arte digna de un pintor carismático. Toda esa paz se vio interrumpida cuando un niño avistó un hombre muerto, con heridas en las manos, tan profundas que incluso se podía intuir el hueso del dedo índice. Un cuervo reposaba en la cabeza del muerto, ladeando la cabeza. Sin previo aviso, el cuervo introdujo su afilado pico en el hueco del ojo derecho y cegó al cuerpo que premanecía estirado en el suelo, cubierto con una manta de cintura para abajo.

Un grito acompañó el silencio que se formó después del hallazgo. Todos en el pueblo cerraron los pestillos de las puertas e incluso algunos abrieron y volvieron a cerrar para asegurarse de que nadie pudiera entrar. El niño siguió llorando, desconsolado, solo en el atardecer. Miró la iglesia y corrió hacia ella. Nadie se encontraba en el pueblo, solo él recorría las calles. Aporreó las puertas de la iglesia con fuerza. No obtuvo respuesta. Continuó aporreando la puerta hasta que le sangraron los nudillos, se despellejaron y el hueso se hacia visible entre tanta sangre que caía por la palma y el dorso de las manos. Entonces el portón se abrió.

Entró sin pensárselo y vio-gracias a la iluminación que otorgaban la velas-, que allí no había nadie. Era un lugar abandonado, no como las viviendas. Tenía frío y se sentía solo. Llevaba seis días sin probar algo más que tierra mojada en aceite del candil que guardaba en la mochila de viaje. Esperaba mantenerse con vida allí dentro, pero la verdad es que la fiera que había acabado con la vida del hombre que yacía en las calles de aquel poblado, lo iría a buscar y no se detendría hasta saciar su sed de venganza.

La leyenda dice que en aquel pueblo no nacen niños, pero esta no es la verdad, la verdad es que una bestia se los arrancaba de las manos a los habitantes de aquel lugar. Si no encontraba alguna criatura, siempre se conformaba con arrebatarle la vida a algún adulto.

an original idea created and written by: Stev Molain(me)

All rights reserved