Dientecillos

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lunes, 13 de junio de 2011

Despedida y disgusto

Tardó en encontrar aparcamiento, así que estuvo dando vueltas en mitad de la noche en busca de un lugar en el que dejar el taxi que el día anterior había adquirido tras terminar con la vida de Fritz.

Cuando llamó al timbre nadie salió a recibirla. Le pareció inusual, pero cabía la posibilidad de que hubieran salido, tanto Elmer como Adelice. Recordó que guardaban un juego de llaves en el armario del jardín de atrás, el cual no tenía un muy difícil acceso si se tenían nociones de gimnasia y un cuerpo atlético, cosa que Claudine poseía. Saltó el muro e irrumpió en el interior de la casa. Fue directa a por las llaves y, tras esquivar algún que otro chorro de los aspersores, entró en la casa.

Cuando cerró la puerta, una vez dentro, se percató de que el pomo estaba ensangrentado. Fue entonces cuando preguntó a gritos si había alguien en casa. Corrió a inspeccionar las habitaciones y, finalmente, terminó en el lavabo. Allí se encontró con el destrozado cuerpo de Elmer. Ya carecía de vida, aunque tenía un movimiento espasmódico en las piernas, de rodilla para abajo. Claudine, no pudo evitar gritar al ver a su ser amado de aquel modo. Las lágrimas rápidamente desbordaron, por la conmoción, dando lugar a un caudaloso río, el cual desfiguraba su rostro con una cascada de gotas saladas, arrugando sus facciones y empapándolo de tristeza.

Agarró la cabeza del cuerpo que yacía en el suelo, y lo apretó contra su pecho. Le dijo-con una voz entrecortada por el pánico y la pena que le sobrecogían- que ya había pasado todo, pero que por favor no se fuera. Mecía bruscamente el cuerpo inerte de Elmer cuando empezó a cantar. La canción se quebraba con el llanto, pero calmó a la mujercilla, quien decidió vengarse de la persona que le hizo aquello al muchacho que se hallaba muerto entre sus brazos.

Abandonó a Elmer, con mucho pesar, y se dirigió a la habitación de Adelice siguiendo un rastro de sangre. Una vez allí, se dio cuenta de que el armario había sido registrado. En las puertas, unas manos pequeñas de color carmesí pintadas hicieron sospechar a Claudine. Entonces cayó en la cuenta, la hermana de Elmer había llevado a cabo aquel ataque.


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domingo, 12 de junio de 2011

Delicada operación

Se reajustó la bata y se puso los guantes de latex antes de acercarse a la bandeja de material quirúrgico. Miró con una sonrisa dibujada en su desfigurado rostro al hombre que intentaba escapar de aquel lugar rasgando la puerta. Ione rebuscó entre los utensilios hasta que dio con el bisturí. Se acercó a Kearney con paso lento. Él gritaba y blasfemaba en contra de la mujer que años atrás había agredido; y había sido su mujer. Intentó huir de nuevo, pero Ione le clavó el tacón en la parte posterior de la rodilla, aplastándolo como una cucaracha.

-¿Adónde vas, querido?-le dijo con voz dulce y serena-. Ahora que nos íbamos a divertir...

-No creo que haya nada de divertido-respondió, furioso.

Ione le mostró el bisturí a Kearney y tras echarse a reír, se acercó al varón que, como acto reflejo se cubrió con los brazos la cabeza. Ione le laceró el antebrazo izquierdo, la carné empezó a llorar con una lágrima de sangre. Kearney apartó el brazo y salpicó la bata de trabajo de su ex-mujer con el gesto.

-Vaya, con el revoltoso-comentó sarcásticamente Ione-. Se me olvidaba sedarte antes de la operación. Bueno, tampoco es que me importe-se acercó a la mesa donde estaba la bandeja de nuevo y agarró una taza que humeaba, aunque antes introdujo un bote en uno de los bolsillos de la bata. Se aproximó a su ex-marido y le preguntó: te apetece un café? recuerdo que te encantaba.

-Bu-bueno-balbuceó-, ¿por qué no? Aunque el café de máquina no me gusta.

Ione, al oír la respuesta de su víctima, volcó el contenido de la taza sobre el cabello de Kearney, quién gritó de agonía al entrar en contacto con el ardiente líquido. Ésta le dijo:

-Ahora que el agua está caliente, aquí tienes el café; molido y todo-le arrojó el contenido del bote que se había guardado antes de coger la taza, y una sustancia oscura cayó sobre el varón. La farmacéutica se agachó para verle la cara a su marido. Le alzó el rostro y empuñó el bisturí de nuevo. Lo miró apenada, por un segundo titubeó, pero a la siguiente fracción de tiempo, clavó su afilada arma en el párpado superior derecho de Kearney. La incisión dejó ver el globo ocular mientras estaba bajado y la ceja se separó de la carne, dejando entrever parte del cráneo.

-¿Por qué me haces esto?-quiso saber él.
-Bueno, quizá sea sólo por venganza-clavó el instrumento quirúrgico en la mejilla de Kearney y dibujó media luna en la carne-. Por cierto, deberás tomar esto para calmar el dolor-rebuscó en un bolsillo y sacó una pastilla.
-No tomaría algo de una puta como tú-le escupió a la cara y acertó, humedeciéndole a Ione la frente con saliva.

La mujer se limpió la cara con el dorso de la mano, lanzó el bisturí al suelo, se deshizo de la bata, y cubrió la cabeza de su ex-marido con ella, apretando el cinturón a la altura del cuello. Acto seguido, corrió hacia una estantería y se hizo con unas botellas de alcohol. Roció a Kearney con el contenido de éstas y le prendió fuego. Mientras las llamas consumían el cuerpo del hombre, Ione derramó una lágrima, aunque rápidamente se la secó con la manga del jersey.

Salió de la sala mientras los gritos de agonía pintaban las paredes y avivaban las llamas.

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