Dientecillos

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miércoles, 13 de octubre de 2010

La desdicha de un rey ( y el infortunio de su mujer)

La negativa le aplastó la líbido como una guillotina le hubiera separado de sus partes masculinas, sesgando los testículos como si se tratara de una tela no muy cara. Llevaba días intentándolo, pero no obtenía más que excusas para no dejarle hacer lo que se había propuesto. Esta vez ella decía estar demasiado agotada por el viaje y ni siquiera le dio oportunidad de comenzar los preparativos. Él agachó la cabeza, dejó que se marchitaran sus ganas de procrear de nuevo y se introdujo en la cama, pensando en que no estaba hecho para ello. No llegaba a conseguirlo con la mujer que él amaba, a pesar de que las damas de otros reinos se le habían insinuado-incluso algunas habían allanado sus aposentos y le habían propuesto una noche de desenfreno-, él se atormentaba y no quería más que la aprobación de su señora. Todos creían que el rey era un gran galán y cada noche satisfacía a su mujer, pero la realidad era muy contraria a este pensamiento. En principio, el rey tenía suerte de haber cortejado alguna mujer antes de su matrimonio con la reina actual, pues de tres años de reinado juntos, sólo habían tenido dos hijos. Aunque no fueran las únicas veces que retozaron, la cantidad de veces que habían removido las sábanas no alcanzaba la veintena. Para colmo, en el pueblo corría un rumor.

Se decía que la mujer más poderosa de la ciudad envenenaba a su esposo en las comidas con un somnífero, luego-cuando era la hora de ir a dormir- se aseguraba de que estuviera bien amodorrado y se reunía con un hombre apuesto, con el que parecía mantener una relación que no parecía ir más lejos de dos revolcones cada noche. La gente comentaba que esta relación agitaba los cuadros de la torre Este, donde residían las reliquias que había conseguido la dinastía Muinry.

Para asegurarse de que esto no eran más que habladurías, el propio rey no cenó esa noche, hizo ver que se había quedado dormido y entonces, vio que la traición de su esposa no eran cuentos inventados por algún bardo malhechor. Cuando ésta salió de la habitación se incorporó y la se dirigió a la torre Este por un pasadizo que sólo él conocía, ya que era un pasadizo que debía emplearse en huídas en caso de invasión. Cuando llegó allí no vio ningún hombre, ni siquiera una silueta. Únicamente pudo ver una estatua de la diosa Lynoria con la poca iluminación que podía otorgarle una vela. Escuchó pasos tras él y se escondió. Para su seguridad, decidió apagar la vela. Entonces lo vio todo con claridad. Su mujer no le estaba engañando, sino que cada noche le rezaba a la diosa. Ella pedía el poder ser más pasional, poder satisfacer a su marido y gozar siempre que quisiera de los placeres carnales, pero la diosa no parecía escucharla, la verdad es que más bien la había castigado debido a su belleza. La diosa creía que podría obtener más placer del que ella nunca hubiera creído posible, así que le prohibió el derecho de sentir el placer sexual muy a menudo.


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2 comentarios:

  1. como siempre, un texto genial. tu manera de escribir me sorprende cada vez más x33

    me alegro de que el Rey descubriese la verdad. los rumores son muy malos.

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  2. Lo dicho, que me ha molado.
    El final no me lo esperaba en absoluto, lo que le hace ganar en originalidad.

    Dichosos dioses envidiosos, mala gente... xD

    *rodola* BUAAAAAAH Nacora se me ha adelantadooo!! xD

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